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miércoles, 4 de septiembre de 2013

Una carta que nunca envié...

“Esta carta la escribo no por ti, no por mí”… Sino para ustedes: en realidad cuando hay problemas el ser humano vive sumergido en una atmósfera sin perspectivas para el presente inmediato, sin saber que hacer para deslastrarse de la secuela que lo agobia y lo separa del bienestar que merece como ser humano. Parece condenado por el sólo hecho de haber protagonizado una historia de ficción, que pasó por el más cruel tormento que se le puede infligir a ser humano alguno:
La hostilidad, el suplicio de sentirse rechazado, sin rumbo, casi convertido en una sombra que pena por su verdad y clama no ser olvidado. Entonces se transita un camino triste vulnerado por el tiempo, después que por muchos años se consideraron los proyectos para soñar, anteponiendo siempre aquello de que “en el camino se arreglan las cargas”. Tratamos de aceptar que sólo nos queda un vacío, un silencio o un recuerdo muy vago y difuso de los momentos bonitos que se vivieron, para justificar el suplicio de la esperanza y disimular la (in)tolerancia compartida en una carrera de aliento del destino.
A veces, he llegado a pensar que no existimos, que ese lugar que ocupamos en el universo es fábula, que el ser humano deambula como fantasma en una relación espacio-tiempo que se niega a morir. Que somos dueños de un discurso repetitivo producto de las heridas que ha dejado un mal recuerdo, pero que en el fondo no es la cara que deseamos tener, pues aunque los rostros sonrían, el corazón llora de amargura unas veces y de orgullo en otras.
Esa es la dinámica diaria que se ha impuesto el ser humano que no quiere acordar. Una perversa rutina que se impone cada día y lo conduce hacia un dolor muy intenso. A pesar de todo ello, creo que se pueden erradicar todas esas actuaciones negativas, participando sinceramente en una tregua que permita sentirse ser humano de verdad. ¿Es realmente esto posible? ¡Claro que si! Siempre y cuando se tenga la disposición, por el contrario entonces, se continuaría zanganeando como sombras fantasmales.
No se puede poner en alto relieve la incapacidad de convivencia, ya que eso conlleva a la falta de aceptación definitiva, a la desconfianza y a la negación del ser humano como tal, lo que seria lamentable para todo su entorno familiar, por lo que no se debe desperdiciar la oportunidad que se pueda presentar, que podría ser la última, para compartir nuevamente las alegrías y tristezas de la convivencia… 
Correspóndele a ese individuo ser protagonista de una nueva historia, con un nuevo guion que lo lleve a un futuro mejor, con una actuación más digna, que lo saque del empantanado pasado, que únicamente lo impulsa a emociones diabólicas configuradas por su propio orden, regido tal vez; por la siembra de odio, de venganza y de orgullo. En la relación humana nada es propiedad exclusiva del otro, algunos se lo creen, pero esto hay que suprimirlo.
Ese infame y triste papel de dueño hay que arrancarlo de la mente para poder instaurar una relación común, donde impere el respeto, la tolerancia y la confianza como trama principal de la historia, sin ánimo de hegemonía, pero si de participación, para la búsqueda de soluciones que coadyuven a encontrar de nuevo el camino perdido. 
Más allá del formalismo, comprometerse a ser más humanos, a ser gente de verdad, propiciando diálogos constructivos que sirvan de medicina para tratar esos males que se han padecido. La meta entonces es, mejorar la salud del espíritu para que de nuevo recupere su vigencia y trascendencia que es lo esperado ansiosamente por todos. Si se está dispuesto y dependiendo de las capacidades, hay que insertar un lenguaje renovado en las conversaciones, para redescubrir las fronteras de un futuro más promisor, sin miedo y sin estar sometido al “¿qué dirán?”.
Ese debe ser el compromiso que desde cualquier escenario debe emprenderse ética y moralmente, para reflexionar sobre los errores cometidos y buscar las posibles soluciones inmediatas. De igual manera, es fundamental tomar en cuenta las fortalezas divinas de cada ser para propiciar la refundación de las relaciones extraviadas, hecho éste, que no debe verse influenciado por ninguna óptica interna y, mucho menos animado por perversos puntos de vista externos. 
En este contexto se deben erradicar los complejos que impiden buscar de nuevo los horizontes perdidos, cambiando de mentalidad para no andar a la deriva esperando que los años pasen…y es que el transcurrir del tiempo no engaña, nos hace ver como somos y como éramos, como estamos y como estábamos, como andamos y como andábamos: de una suerte de dinámica competente y alegre a una rutina inconveniente y triste… Hay que buscar esos nuevos caminos para ofrecer y recibir lo que verdaderamente merecemos, no hay que evitar hacerlo, asumiendo el compromiso con responsabilidad y sensatez y, con la transparencia necesaria en las diferentes acciones, sin resentimientos ni orgullo… Porque la vida es corta y lo que pasó… ¡Pasó!…
“Perdónenme esta carta, porque sé que nunca la enviaré”. Primero: porque el destinatario somos todos… y, segundo: porque el tiempo pasa y con él nuestra existencia…y continuamos siendo los mismos, sin tener conciencia que tarde o temprano ya no estaremos...
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