En momentos de nuestra existencia nos ha tocado vivir períodos fantásticos, como de ficción, pero muy pocas veces le damos la trascendencia que por las influencias tienen para el resto de nuestra vida. A veces intentamos hacer un esfuerzo por no recordarlos, pero no es tan fácil, porque somos el presente y no la casualidad y, sentimos que se estira la relación pasada en vez de alimentar la actual sea como sea.
No hay que echarle la culpa a nadie de lo que nos suceda, son las circunstancias las que muchas veces nos hacen alejar de la realidad, incluso he llegado a pensar si… ¿Vale la pena arrepentirnos? ¿Pedir perdón?... Cuando ni las disculpas ni las explicaciones cambian el hecho de sentirse nuevamente aceptado, sea cual fuere el caso. Esto me trae a la mente una conversación que sostuve con un amigo hace algún tiempo…
“De que se puede envejecer, madurar, tener trabajo, casa, familia y llegar a la realización `plena´, y siempre se le tendrá miedo a olvidar el pasado, pero el pasado inmediato, porque lo demás son recuerdos, memorias de la inocencia de todo ser humano, sólo evocaciones, porque por desgracia y sin remedio todos perdemos la inocencia”.
No hay que creer en las buenas intenciones de todo el mundo, pero si creer en un Dios, no como afirmación bastante vaga, sino realmente creer en Él, en un Dios mejor confeccionado, más real y más actual, menos cruel y que verdaderamente nos sirva de apoyo para profesar fe, esperanza y voluntad en la solución de nuestros problemas, con la seguridad de poder cambiar para estar consciente de que el planteamiento del proceder, sea correcto o no, depende de uno mismo.
Y es que debemos dedicarnos a las cosas que queramos mejorar, porque el tiempo pasa y pasa, y acumulamos una serie de cosas a las que debemos responder, limpiando ese cajón de desastres que nubla nuestra mente y nuestra razón y así escapar de los demonios que llevamos por dentro. Salir del encierro por medio de las palabras, romper los bozales que permitan expresar lo que se siente para no caer.
Si no podemos, entonces; destrozar las cadenas y mover los dedos para expresar en la escritura cada uno de los Pensamientos reprimidos, para no cerrar la mente, evitando que estalle la furia interior de un orgullo callado, cuando por lo limitado del ser humano no podamos abarcar todo lo que nos este pasando.
Por todo recomiendo expresarse, verbalmente o escribiendo, para uno mismo, para los demás, para todos, para no llorar, ni gritar, buscando soluciones practicas sin preciarnos de banalidades, en todo caso; blindarnos de una coraza bien fuerte con las armas más poderosas que poseemos: la inteligencia, la sabiduría, la razón y la palabra para comunicarnos. ¡Expresarse es el mejor antídoto al veneno de la ignorancia, del odio, de la injusticia y del dolor! ¡Hoy debo escribir! Continuará…
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