Y entre fuego, humo y azufre, el paciente se sentía morir, hasta que un día decidió ir a terapia, pero con pésimos resultados; porque no tuvo dinero para pagar el tratamiento de tres años, dos veces por semana. Un costo muy alto para su presupuesto.
-Perdóneme –le dijo el doctor-, pero no sé que podamos hacer por usted si no tiene con qué cubrir mis honorarios. Mire, regrese dentro de tres meses, quizá yo pueda darle algún tipo de terapia a bajo costo.
El hombre desesperado se fue a su casa. A las tres de la madrugada volvió el mal a presentarse entre nubes penetrantes.
Sin embargo, algo sucedió, porque las cosas cambiaron radicalmente.
Pasaron los tres meses y decidió regresar con el psiquiatra quien al observarlo cambiado y de magnífico semblante le preguntó:
-¡Oiga!, dígame, lo veo de maravilla ¿Quién de los terapeutas de la ciudad lo sacó del problema?
-Bueno, a decir verdad, no tuve dinero para pagar su tratamiento ni el de ningún otro profesional.
Sin embargo, como no me quedó otra alternativa, cuando despertaba a las tres de la madrugada y veía al dragón, decidí no pelearme ni asustarme, sino hacerme su amigo.
Y ahora gracias a esa amistad, no me hace ningún daño.
0 comentarios:
Publicar un comentario